Bienvenido, acérquese, no tenga miedo. Deje su abrigo a la entrada, se lo cuidaremos. Atrévase a mirar tras la cortina. Entre. Recorra el espacio, tranquilo. Descubra. Y no busque su butaca numerada, porque de eso aquí no tenemos. Usted ha venido aquí a ver, no a mirar, y para eso le pedimos que se aproxime.

Más. Y que no tenga prisa por comprender el mensaje que el autor oculta tras su obra. Esto no va de eso. No.

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Esto va de miradas y distancias, del anhelo de un tacto prohibido, de dejarse embaucar por el engaño urdido por los personajes ausentes de nuestra comedia.
 

Todo teatro es un acto violento. Nos disfrazamos y desnudamos frente a un público ajeno, inconsciente. Violento para ellos, que se ven forzados a enfrentarse durante un periodo de tiempo a una realidad que no les pertenece, que no controlan y que no tienen porqué compartir. Violento para nosotros, que nos exhibimos ante su mirada juiciosa y buscamos no su aprobación, sino agitar su consciencia buscando un nivel de comunión que no siempre llega. ¿Es la violencia legítima cuando busca trascender al violentado? ¿Qué nos incomoda, y por qué? ¿Por qué nos violenta un desnudo, y no una sonrisa? ¿O puede una sonrisa resultar violenta? ¿Es más violento mirar o ser mirado? Son preguntas que nos hacemos, respuestas que no encontramos, y que planteamos en un ejercicio teatral en el que esperamos que el público se sienta positivamente violentado, sin que corra la sangre. En su lugar, preferimos la risa.
 

Gracias por venir. Esperamos que disfruten de nuestra colección. Y una cosa más. No se asusten si esta vez, en vez de mirar un cuadro, es el cuadro el que le mira a usted.